miércoles, 4 de abril de 2012

EL CALLEJERO Y LA IMPORTANCIA DEL MENSAJE



Pasaron un par de días, y como siempre, las cosas se ven desde una óptica más desapasionada, más cercana a esa objetividad que uno siempre busca en un análisis que sirva para algo más que sólo escribir unas líneas.
La carrera que el Súper TC2000 realizó en el centro de la ciudad de Buenos Aires fue mucho más que una carrera. Fue un evento y fue más que eso también. Fue un “Mega-evento” desde varios puntos de vista. Como proyecto, organización, coordinación, logística, infraestructura, pero también como cobertura periodística, como evento deportivo, y finalmente, como evento social masivo, que no es lo último que se menciona caprichosamente, sino adrede, porque es el gran punto que sobresale del resto.

Dicen que pasaron 1.000.000 de personas por el circuito entre sábado y domingo. Suena a mucho, casi inimaginablemente mucho, sobre todo si consideramos que para la largada del Rally Dakar de 2009 en Buenos Aires, se estimó de esa misma cantidad de gente pero diseminada en el largo trayecto que iba desde la Rural de Palermo hasta el Obelisco donde estaba la rampa de largada, y la continuación del circuito que los participantes recorrían por el centro hasta llegar a la autopista Ricchieri. No importa tanto el dato en realidad, porque si hubieran sido “solamente” 500.000 personas, igualmente habrá sido la carrera de autos que más público concentró en un único escenario en la historia de éste deporte en nuestro país.

Lo que en las dos semanas previas fue un caos de tránsito, que generó muchas quejas y oposición al evento, entre sábado y domingo prácticamente dejó de serlo. Es como si ante la magnitud de lo que estaba ocurriendo, todos se hubieran acomodado y entendido lo que significaba. Por supuesto que siempre estarán los que se paran en la vereda de enfrente, y sólo miran su dificultad para trasladarse como siempre por esas avenidas. Esa gente, durante el fin de semana no tuvo que pasar por la Av. 9 de Julio, entonces, por ese motivo, o porque comprendió lo que pasaba, dejó de hacerse oír.

Lo verdaderamente social del evento, fue ver a miles y miles de personas llegando en el subte o en colectivos urbanos con su familia, y comenzar a recorrer extasiados, el perímetro del circuito intentando encontrar el lugar que más les agrade para pasar el día, y esperar que el ruido empezara. Era una peregrinación lenta y alegre. Se respiraba un clima de gran expectativa por ver de qué se trataba eso de una carrera de autos en las calles de la capital del país, nada menos.

No era gente de automovilismo en su gran mayoría, y sólo citar algunas frases sirve para que comprendamos a quién verdaderamente llegó la carrera. Sábado al mediodía, entrenamientos:

“¿Che, cuál es el auto de Traverso?”

“Papi, quiero ver al Pato Silva, el que corrió en el Dakar, ¿Cuál es?”. – “Creo que corre con un Falcon.”

“Estos no deberían haber salido nunca de la ruta. No vés que no se pasan. Esas sí que eran carreras lindas. Mirá, nadie pasa a nadie!”

Domingo, día de carrera:

“Largan adelante Ledesma y Pechito López. Ledesma es el del azúcar. Está forrado en guita. Y López es el hijo de Cocho López, ¿Te acordas? Corría con un Datsun.”

“Otra vez el Toyota rojo ese. Tiene el número uno pero tiró humo todo el fin de semana.”

“Aguante el Torino, loco.” (ondeando una bandera)

El argentino es opinólogo. Tema que hay, tema del que dice saber. Es folklórico.

Pero esa muestra del desconocimiento que tenía la gente respecto a lo que estaba viendo, es la que nos tiene que mover a pensar en los mensajes que recibió. Porque quizás no sean muchos los que decidan ir a una carrera en un autódromo de hoy en adelante, pero sí es gente que hablará de automovilismo un poco más, que quizás prenderá el televisor cada tanto un domingo a la mañana, y sobretodo, que calificará bien a un deporte, éste deporte, que venía golpeado.

El accidente fatal de Guido Falaschi había sido el último mensaje masivo que el automovilismo argentino había dado a la sociedad, y naturalmente no fue bueno. Pero no sólo por la muerte en sí misma, que en un deporte de riesgo puede existir. El mensaje negativo que quedó en la gente fue malo porque mostró divisiones, acusaciones, mezquindades, mentiras, negociados, y tantas cosas, que lo único que hicieron fue dejar mal parado al deporte motor nacional ante los ojos de quienes no lo conocen.

Una cosa no tapa la otra, pero sí la contrapesa. Ni todo es tan maravilloso como se vio el domingo en el Obelisco, ni todo es tan trágico como se vio en Balcarce en noviembre pasado.

La carrera del Súper TC2000 en las calles porteñas mostró que, aún entre murallones y con un piso lleno de irregularidades naturales de una calle que transitan diariamente autos, camiones y colectivos, se puede hacer una pista segura, en la que los autos pasen a 245km/h. y si se despistan, sólo hay daños materiales.

De hecho, Agustín Calamari sufrió un toque en una curva de tercera, a unos 150km/h, y salió despedido contra los muros. El auto se dañó muchísimo, pero además perdió una rueda delantera, el eje trasero completo, el alerón, y tras rebotar, quedó detenido en medio de la pista. Los muros cedieron, se corrieron de lugar, como debe ser. Como no había público pegado a esos muros, nadie salió lastimado. La gente estaba ubicada detrás de una valla, separada del muro por cuatro metros de aire. El alambre estaba complementado por cinco líneas de cable de acero de ¾ pulgada. Esos tensores hubieran atajado alguno de los elementos que salieron despedidos del auto si hubieran ido en dirección al público. El auto volvió a la pista pero estaba a la vista de todos, no había tierra que impidiera la visión a quienes venían detrás, que no eran muchos, pero podían haber sido. Los banderilleros marcaron la dificultad, pero al venir entre paredes, es más difícil ver las señalizaciones. Sin embargo, los pilotos también tenían el sistema de señalización on board que los alertó del peligro.

El sábado, apenas 50 metros más adelante, había gente trepada a las placas de fenólico que se habían colocado para que no hubiera público en una zona peligrosa. Cuándo una persona de seguridad les pidió que se retiraran, lo insultaron y trataron de “botón”, pero se tuvieron que ir. Quienes presenciaron la situación y estuvieron al día siguiente también, viendo el accidente de Calamari, habrán entendido por qué se hacía prevención. El mensaje fue muy positivo.

Sin embargo, la gente quedó encantada con el evento, con el ruido de los motores V8 “que parecen un Fórmula Uno”, pero no estuvo cómoda. Muchos se quejaron de apenas ver los techos de los autos. Contra las vallas se llegaron a formar hasta diez filas de espectadores que estuvieron parados varias horas, sin siquiera poder moverse para ir a un baño, porque regresar sería imposible. Mucha gente tuvo que irse y conformarse con ver desde lejos o sólo escuchar. Eso pasó también, y hay que decirlo. Que sea entrada libre y gratuita no implica semejante incomodidad. Y decir que fue más gente de la esperada y los sobrepasó no es excusa, porque el propio Gobierno de la Ciudad, calculaba desde la semana previa, que irían más de 500.000 personas.

Pero ese mismo gobierno ya tomó nota, y prometió colocar tribunas para el público general. Las gradas que había armadas, eran para clientes de sponsors que las habían comprado para llevar a sus invitados. En algunos lugares hubo forcejeos y disturbios, y un par de tribunas fueron “tomadas” por gente que, al verlas vacías y no encontrar lugar para ver, exigía tener acceso a ellas. Como en todo evento de estas características, se aprende a partir de la experiencia.

Seguramente la próxima será mejor. Y además de tribunas, habrá mayor cantidad de puentes peatonales que permitan cruzar de un lado a otro del circuito, quizás se cierren las calles un día antes para evitar que la actividad se demore como el sábado, por más de cuatro horas para poder terminar de sellar el circuito, quizás se habiliten los subtes hasta las estaciones del propio circuito, o comuniquen mejor el modo de llegar a la pista para quienes, con cautela, elijan no ir en auto para evitar congestionamientos de tránsito, y seguramente habrá más acción en la pista, para que la gente no esté tantas horas esperando sin nada que ver.

Pero lo que queda del evento es positivo. La carrera fue casi una anécdota, lo que hubo fue una verdadera demostración del potencial del automovilismo, y eso posiciona al deporte mucho más arriba en la consideración de la gente. El mensaje fue positivo.

Como siempre, con un par de días de distancia, las cosas se ven más claras, y uno puede permitirse decir cosas que, dichas antes, hubieran sonado distinto. Ahora, queda mantener la guardia tan alta como estuvo. Es un compromiso. Cuándo se levanta la vara, el salto ya no puede ser más bajo. El nuevo standard es éste, y está bueno que así sea, pero hay que trabajar para sostenerlo ahí. El callejero de Santa Fe será una demostración de ello.

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