martes, 22 de noviembre de 2011

ASÍ FUE AQUEL 1992, QUE SE LLEVÓ A MOURAS



Todavía hoy se recuerda a través de grandes banderas que se cuelgan en las tribunas de las carreras de TC. En Buenos Aires se las ve siempre en “la 15”. En otros circuitos, donde sus fanáticos se instalen, desperdigados por todos lados. La imagen del Chevrolet azul y blanco con el número 9, la trompa de Plasticor y el parabrisas de Morgan, perdura en la retina de los amantes del Turismo Carretera. Es el auto de Roberto Mouras en 1992, el año en el que estaba mejor que nunca para sacarse la espina de 1976, cuando ganó seis carreras seguidas pero no pudo ser campeón con ese Chevrolet denominado el 7 de oro.

En 1992, con Rodolfo Di Meglio a cargo del chasis ya desde la última parte de 1991, y con los siempre potentes motores de Jorge Pedersoli, Mouras tenía el potencial que tanto había buscado para lograr su meta. Después de los títulos de 1983, 1984 y 1985 con Dodge, quería fervientemente ser campeón con Chevrolet.

La temporada tenía en él, Oscar Aventin, Juan Manuel Landa y los jóvenes Eduardo Ramos y Fabián Acuña, como los favoritos. Por supuesto siempre estaban Emilio Satriano, Juan De Benedictis, que extrañamente ese año empezaba con un Ford azul y no verde, Antonio Aventin, Osvaldo Morresi, Vicente Pernía, Roberto Urretavizcaya, José María Romero, Carlos Garrido, Luis Hernández y Luis Minervino, entre otros, como protagonistas del campeonato. Ya no estaba Oscar Castellano, retirado el año anterior.

Mouras empezó la temporada con una victoria en Santa Teresita, pero el modo en que había ganado era más llamativo aún. Acostumbrado a ir siempre a fondo, ese día su planteo fue más conservador y llegó a la punta cuando capitalizó un trompo de Romero, un retraso de Ramos y un exceso de Acuña, con quien compartía la fila en la ruta.

Después el año no se fue desarrollando con el mismo protagonismo, al menos en las carreras siguientes: Rompió motor en Tandil cuando ganó Landa, tuvo una falla en Buenos Aires y quedó cuarto cuando ganó Ramos, abandonó por un toque con Acuña cuando ganó Morresi en Allen, abandonó por rotura de motor en Junin cuando ganaba, y nuevo problema de motor cuando ganaba en Olavarría. El potencial era enorme, la frustración también. Mouras necesitaba sumar puntos grandes urgentemente. Acuña lideraba la tabla.

Llegó la carrera de Buenos Aires y el Chevrolet azul largaba en primera fila con Oscar Aventin a su lado. Era un día fresco de invierno, pero la hinchada de Chevrolet le ponía el calor. La llegada de Mouras a la grilla fue apoteótica, las aceleradas de su motor levantaban al público. Una vez en carrera la lucha fue infernal. Mouras fue líder, y llegó a quedar cuarto por un toque de Luis Minervino. Cuidando el motor de no pasarlo más allá de las 8.800 RPM, volvió a la carga. Pasó a Pernía y alcanzó al joven de Chacabuco para pasarlo y ganar en la catedral del automovilismo después de ocho años de postergaciones. Acuña seguía liderando el torneo y Mouras estaba a casi 30 puntos en el octavo lugar.
Las cosas iban mejorando. Segundo detrás de Pernía en La Plata y cuarto en Balcarce cuando volvía a ganar Oscar Aventin. El descuento en esas tres carreras lo acercaban a menos de diez puntos de Landa, nuevo líder del campeonato. Fabián Acuña se había desplomado.

Empezó la época de definiciones. Y empezaron las alternativas extrañas para Mouras. La primera fue en Nueve de Julio, cuando un despiste violento por una goma defectuosa, y su consiguiente abandono, lo alejaba de Landa en el campeonato.

En Mendoza nuevamente la tranquilidad, con un valioso segundo puesto atrás de Oscar Aventin. Y en San Lorenzo nuevamente problemas. El motor se puso en cinco cilindros justo antes de largar. Según él mismo dijo, forzando el ritmo se excedió y golpeó un guardrail en la primera vuelta. Abandonó nuevamente mientras Acuña ganaba, Aventin era tercero y Landa cuarto.

En la base aérea de Morón cosechó buenos puntos otra vez por ser segundo de Landa, pero podía haberla ganado. Apretando el ritmo con ese estilo propio de siempre ir a fondo otra vez, hizo un trompo en la última vuelta y por poco no pierde el lugar de escolta.

Llegaron a Lobos, la fatídica carrera del 22 de noviembre. Ese año ya había habido accidentes con los taludes, como el de Osvaldo Duarte en San Lorenzo. Ese año también había tenido el propio Mouras un reventón de un neumático en Nueve de Julio. Como siempre decía, no hay que tenerlos ni muy nuevos ni muy gastados. Era la época que se torneaban las gomas para que sean lo más lisas posible.

Venía ganando, le explotó una goma y se estrelló contra un talud a alta velocidad. El golpe fue lateral, mortal para él y su acompañante, Amadeo González. Quienes estaban en Lobos dicen haber escuchado el silencio que se produjo. Nadie lo podía creer. Se había matado Roberto Mouras.
Pasaron casi 20 años y sigue siendo recordado por su velocidad y por su garra. Una cosa no podía ir sin la otra. Pero se lo sigue recordando también por su amabilidad, respeto y nobleza.

Estaba ansioso por ser campeón con Chevrolet, y aún a pesar de una primera mitad de año complicada, lo había revertido y estaba en perfectas condiciones para lograrlo. Dejó una huella imborrable en el Turismo Carretera.

2 comentarios:

  1. Muy buena reseña, por demas emocionante. Por mi corta edad (soy de principios del 92), no pude disfrutar de ver correr en vivo al toro, pero mi fanatismo por los fierros hizo que, despues de muchos textos, anecdotas (contadas por un amigo, el flaco Hector Moro) imagenes y videos grabados en mi memoria, Mouras se convierta en uno de mis idolos.

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  2. Diego: Además de tu amor por el deporte, cada una de tus reseñas nos transporta con una magia muy especial a estos momentos mágicos. La memoria va perdiendo detalles al paso de las décadas, pero tu precisión, detalle y capacidad de síntesis obran el milagro de rescatar recuerdos y refrescar imágenes. Como siempre, mi respeto y aprecio al hombre y al profesional.

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